Según diferentes investigaciones, las organizaciones que cuentan con objetivos consolidados tienen un mejor desempeño que sus competidores.
Hoy, muchos líderes tienden a crear expectativas más que definir objetivos. Pasa en muchas compañías, en equipos de fútbol y en la política. Y lo que sucede es que, si somos optimistas, se tiende a crear altas expectativas, que al incumplirse, serán causa de frustración; y, por el contrario, si el pesimismo gana, viviremos permanentemente por debajo de nuestro potencial.
Si esto te resulta familiar con lo sucedido con la selección de fútbol, no te equivocas. También puede recordarte momentos que hemos vivido con diferentes gobiernos.
En general, los verdaderos líderes sustituyen expectativas por objetivos, y estos integrados a una clara visión. La expectativa puede resultar finalmente una ilusión. Imaginá qué puede pasar si sólo se mira el horizonte sin fijar la vista en algún lugar determinado y comenzás a caminar.
Seguramente no llegarás a ningún lado. El objetivo, en cambio, es una meta, que está situada en un lugar concreto, a una distancia que se puede calcular y a la que se llega a través de un camino que tiene ciertos hitos.
En la política como en el fútbol y también en muchas empresas, es común no tener objetivos, pero es fácil crear expectativas. Que lamentablemente no se alcanzan.
Hacia el propósito
La falta de liderazgo es la causa de esta confusión.
He leído en algunos artículos una anécdota que representa muy bien el liderazgo. Cuando Steve Jobs decide contratar a John Sculley para liderar Apple le hace una pregunta clave: “¿Quieres pasar tu vida vendiendo agua azucarada o quieres tener la oportunidad de cambiar el mundo?”. Jobs muestra claramente que el líder debe crear un propósito relevante. Y eso no es lo que pasa habitualmente.
Y aunque la comunicación es muy relevante para consolidar la fijación de estos objetivos, no es suficiente. La clave no solo es hablar, es hacer. Y eso tiene que ver con inspirar a las personas. Los líderes encienden el fuego vivo de las organizaciones. Les dan sentido; hacen que los mejores jugadores y los que no tienen tanta habilidad se atrevan, que los defensores defiendan bien pero que también ataquen, o que en un país, los emprendedores emprendan y los empresarios inviertan. Inspiración es lo que se necesita.
Para lograr inspirar, los líderes deben crear entornos seguros, generar confianza. Esto pasa en las empresas y en el fútbol. Una vez que se logre que los integrantes de cualquier equipo se sientan seguros, también se produce la sensación de sentirse cuidados y eso hace que cada persona libere su potencial.
Otro gran tema es lo que se conoce como falta de compromiso. En las redes sociales, es común leer comentarios sobre la supuesta falta de compromiso de los integrantes de la selección. “Millonarios jóvenes sin compromiso”. Zygmunt Bauman, el reconocido sociólogo fallecido este año, se refiere a la falta de compromiso, como uno de los rasgos más característicos de la modernidad líquida. La generación del compromiso (engagement, en inglés) es uno de los mayores desafíos a los que se enfrentan las organizaciones. En términos generales, las personas se comprometen menos con todas las marcas que consumen y también relaja sus lealtades con la empresa u organización en la que trabaja. Así que, en un mundo caracterizado de deslealtades, el compromiso es uno de los mayores activos, ya sea de un cliente, un empleado, un accionista, un simpatizante o una estrella de fútbol. Es uno de los signos de estos tiempos. Y el compromiso se genera a partir de la confianza, uno de los bienes sociales más dañados. Otro tema clave, es sentir que pertenecemos al grupo y eso es más relevante en un seleccionado donde los integrantes parecen cambiar semana tras semana. Los humanos somos una especie social y estar conectados genera bienestar emocional. Lo he dicho en varias conferencias. Los líderes son hoy administradores de emociones más que de recursos. Y esto es muy importante porque las emociones son contagiosas en los lugares donde se trabaja. Si son buenas, uno es más productivo, si son malas, es fácil imaginar el resultado.
Y en todo esto, la comunicación es como el aceite de un motor. No es un fin en sí mismo, es un facilitador. En los últimos años ha cambiado la valoración sobre la comunicación en las empresas. Ya es común que CEOs, directores y gerentes realicen entrenamientos para mejorar su capacidad de comunicación. No sólo para hablar delante de una cámara de TV, también para tener más seguridad y ser más convincente para transmitir sus ideas y decisiones. Como siempre digo, la comunicación da sentido a las decisiones. Comunicar no es cosa fácil y es una de las causas de la falta de liderazgo de muchos líderes y de muchos entrenadores. No nacemos comunicando bien y no hay una cultura que impulse la capacitación en cómo comunicar. Hemos visto muchas películas y series donde los entrenadores de equipo motivan a su gente con discursos emotivos justo antes de salir a jugar el encuentro. Aunque puede ser una simplificación pensar que eso es la clave del éxito, el impacto que tiene en el público que ve las películas, demuestran que tiene su efecto. Pero, ¿cuántos entrenadores lo saben hacer?
Esto finalmente nos trae a un punto final: la necesidad de aprender en forma permanente. Aunque siempre se dice que los fracasos son necesarios para el aprendizaje, eso sólo cuenta si el líder sostiene una cultura de asumir riesgos, apoyando emocionalmente a los equipos. Gestionar equipos desde el miedo, genera siempre stress, inmoviliza. Si uno quiere conseguir lo mejor de un equipo, se necesita administrar las emociones y en este caso lograr que se genere una obligación para ganar a través de un compromiso compartido, que el talento fluya en la cancha porque está claro el objetivo, es inspirador y porque, finamente, todos ganan.
Publicado: 12 de enero de 2018